El instinto de lucha o huida es un mecanismo de supervivencia extraordinario. Cuando enfrentamos un peligro inmediato y grave—como ser perseguidos o atacados—nuestro cuerpo entra en acción, deteniendo funciones no esenciales, redirigiendo el flujo sanguíneo hacia las extremidades y preparándonos para sobrevivir. La digestión se detiene para conservar energía, la sangre fluye hacia las extremidades, y el cerebro, específicamente el córtex frontal, deja de priorizar decisiones reflexivas para enfocarse en acciones rápidas e instintivas. Este instinto es crucial para nuestra seguridad física y, en situaciones reales de peligro, es exactamente lo que necesitamos.
Sin embargo, el desafío radica en que nuestro cuerpo no distingue entre un peligro real e inmediato y los «peligros» que imaginamos o anticipamos. Preocuparse por un posible problema, sentirse abrumado o experimentar un pico de estrés puede desencadenar esta intensa respuesta física, incluso cuando la amenaza no es real. El cuerpo reacciona ante los peligros percibidos con la misma intensidad que ante los reales.
Estrés Cotidiano y Nuestro Estado Constante de Alerta
En nuestra vida acelerada, muchos de nosotros vivimos con un estrés constante y de bajo grado. Pasamos de una tarea a otra, planificando, calculando y preocupándonos, mientras nuestra mente no deja de procesar una interminable corriente de pensamientos. Este ritmo puede empujar a nuestro cuerpo a un estado de pánico sin que nos demos cuenta. Vivir de esta manera nos hace más vulnerables a los ataques de ansiedad, donde la respuesta de lucha o huida se activa de manera extrema: el corazón late rápido y con fuerza, sudamos, el mundo parece irreal y nos sentimos atrapados en un estado altamente incómodo.
Si alguna vez has experimentado un ataque de pánico completo, sabes lo abrumador que puede ser. Y aunque los ejercicios de respiración son herramientas valiosas, es importante reconocer que no te devolverán inmediatamente al equilibrio perfecto. El pánico suele ser una señal de que tu cuerpo ya estaba fuera de equilibrio, funcionando en un estado elevado de estrés. Las técnicas de respiración y de anclaje pueden ayudar a reducir la intensidad del pánico y llevarte de vuelta a un punto de partida más estable, desde donde puedas trabajar hacia un verdadero equilibrio con el tiempo.
Da un Paso Atrás y Respira
Primero, recuérdate que lo que estás experimentando es una respuesta natural de tu cuerpo y mente. Tu cuerpo está intentando protegerte. Cuando el pánico se activa, es esencial rendirse a las sensaciones en lugar de resistirlas. Luchar contra el sentimiento a menudo lo intensifica. En su lugar, reconócelo con compasión: “Estoy a salvo, esto pasará. Mi cuerpo está respondiendo, pero estoy bien.”
Una vez que te hayas calmado con esta seguridad, comienza a enfocarte en tu respiración. Una técnica simple pero poderosa es inhalar profundamente por la nariz, llenando los pulmones, y luego exhalar con fuerza por la boca. Respirar de esta manera deliberada inunda tu cuerpo de oxígeno, lo que ayuda a desencadenar una respuesta de calma. Además, concentrarte en la respiración puede desviar tu mente del miedo, ayudándote a recuperar una sensación de control.
Redirige la Atención de Tu Mente
Cuando la mente está abrumada con pensamientos de miedo, involucrarla en una nueva tarea puede ser sorprendentemente eficaz. Toma papel y lápiz y empieza a dibujar, hacer bocetos o incluso a listar cosas con gran detalle. Alternativamente, haz un rompecabezas rápido o cualquier actividad que demande atención enfocada. Esta distracción consciente obliga al cerebro a cambiar de marcha, reduciendo el poder de los pensamientos ansiosos y anclándote de nuevo en el momento presente. Al comprometer tu mente en una actividad neutra y calmante, también señalas a tu cuerpo que no hay una amenaza inmediata.
Reconoce la Perspectiva Más Amplia
Más allá de las técnicas, recuerda que la vida no tiene por qué ser una carrera constante hacia metas o productividad. Nuestro cuerpo y mente necesitan momentos de paz, no solo para nuestra salud física, sino también para un sentido más profundo de satisfacción. El pánico a menudo surge cuando nos ponemos una inmensa presión para cumplir expectativas, mantenernos “en el camino correcto” o demostrar nuestro valor a través de una actividad interminable. Intenta ver la vida con una lente más amplia—una que se enfoque en las conexiones, la alegría y las cosas que realmente importan.
En momentos de calma, practica la gratitud y la autocompasión. Reconoce las cosas que van bien, por pequeñas que sean, y recuérdate que la perfección no es necesaria ni alcanzable. De esta manera, cultivas una mentalidad naturalmente resiliente al estrés, no porque siempre estés calmado, sino porque aceptas la vida tal como es y reconoces tu fortaleza interior.
Conecta con tu Calma Interior
Respira conscientemente siempre que puedas y, con cada respiración, conecta con tu equilibrio y el estado de paz dentro de ti. Cuanto más tiempo puedas mantenerte conectado con tu calma interior, más lejos estarás de caer en pánicos provocados por peligros irreales. La respiración es tu ancla, y la práctica diaria es el camino hacia un equilibrio más profundo y duradero.
Por Lorena Bernal
Artículo utilizado por la revista Luxurious Magazine